Sobre nosotros

Amigas y amigos del campo popular:


En agosto de 2007, los socialistas bonaerenses resolvimos aliarnos con el Frente para la Victoria, sostener la candidatura de Cristina Fernández, y sumarnos activamente al gobierno que entonces presidía Néstor Kirchner. Lo hicimos en un Congreso partidario, en Junín. Ese Congreso fue la culminación de un largo, abierto y profundo debate interno. Para adoptar la decisión que adoptamos, tuvimos que superar fuertes prejuicios muy arraigados en nuestro partido, y desechar posiciones dogmáticas que nos habían mantenido hasta poco tiempo antes en la oposición.

Junto a los socialistas bonaerenses, se sumaron compañeros de los distintos distritos del país, que hacían una lectura similar a la nuestra sobre la realidad política que se estaba viviendo y que aún hoy vivimos.


Lo hicimos. Reconocimos que un dirigente de una fuerza política de la que habíamos sido adversarios durante medio siglo estaba llevando adelante un proceso de reformas democráticas y populares que debíamos apoyar sin retaceos si queríamos ser consecuentes con nuestro propio compromiso militante. En la vereda de enfrente, por el contrario, se estaba constituyendo un bloque opositor dispuesto a la cerrada defensa de las minorías perjudicadas por el cambio.


Estoy cada vez más seguro de la justicia de aquella decisión. A punto de terminar el mandato de la compañera Cristina Fernández, ocho años después de la asunción del compañero Kirchner, el balance, que me propongo sintetizar aquí, es el mejor argumento a nuestro favor.
La economía del país ha crecido a ritmo sostenido, y lo ha hecho con inclusión social: el índice de pobreza, que había ascendido al 51% en el 2001, se ha reducido a menos de la mitad, del mismo modo que ha disminuido la desocupación. En ese sentido, la Asignación Universal por Hijo, vigente desde hace alrededor de dos años, ha tenido efectos positivos contundentes para los más castigados por la inequidad social.


El Estado ha defendido el salario real de los trabajadores del sector formal, y ha mejorado sensiblemente la situación de los jubilados, tanto en lo que respecta al aumento de sus haberes como al incremento de la cobertura del sistema. La recuperación para el Estado de los fondos previsionales, que en la época de Carlos Menem habían pasado a manos de grupos de capital financiero, ha sido en este aspecto un paso decisivo.


La política de renegociación de la deuda en default, y la eliminación del sometimiento al Fondo Monetario Internacional han contribuido poderosamente al fortalecimiento de la independencia nacional. El Estado ha recuperado también el control de la aerolínea de bandera y del Correo, enajenados por las políticas neoliberales.
Con respecto a la calidad institucional, resulta fácil advertir los progresos. Basta con recordar que se ha puesto fin a las aberraciones jurídicas que impedían la aplicación de justicia a los represores de la última dictadura militar, y la renovación de la Corte Suprema. Sin embargo, me parece oportuno señalar que en la izquierda deberíamos ponernos de acuerdo acerca de qué entendemos por calidad institucional, ya que muchas veces se la juzga con parámetros o paradigmas institucionales de mediados del siglo XIX y del XX, que ya se mostraron impotentes para servir de ordenadores del gran poder económico.


Pero seguramente la vigencia de los derechos humanos es uno de los terrenos en los que más se ha avanzado. Y no sólo porque ha sido posible remover algunos importantes obstáculos que impedían alcanzar la justicia respecto de los delitos de lesa humanidad, como señalé antes, sino también porque se han ampliado derechos a minorías que estaban privados de ellos, como lo atestigua la sanción de la ley de matrimonio igualitario.


La sumisión a las políticas sostenidas por Washington, que un ministro menemista definió desafortunadamente como de "relaciones carnales", también ha sido corregida por la decisión de fortalecer los lazos horizontales de cooperación con otros países de la región, en busca de una integración que permita una mejor defensa de los intereses del conjunto. La intensidad de los vínculos con el Brasil de Dilma, con la Venezuela de Hugo Chávez, con la Bolivia de Evo Morales y con el Ecuador de Rafael Correa, es un ejemplo de ese cambio político.


Un capítulo aparte merece la sanción de la ley de Servicios Audiovisuales, conocida como ley de Medios, tras un largo debate público, y con la oposición cerrada, precisamente, de los grandes medios de comunicación de masas. Mediante esa norma se espera desmontar el apoderamiento de la información por parte de unos pocos grupos monopólicos, que ha sido y es un límite de hierro para la profundización de la democracia en la Argentina.


De modo que esta breve etapa de ocho años, insisto, se ha caracterizado por la realización de importantes cambios en un sentido democrático y socialmente progresivo, como no se había experimentado en la Argentina en más de medio siglo. Sin embargo, y sin dejar de subrayar los logros enumerados, está claro que el camino que falta recorrer para alcanzar el irrenunciable objetivo de la igualdad social es todavía muy largo y está lleno de obstáculos.


A poco de iniciado, sin ir más lejos, el proceso de cambio que arrancó en 2003 generó la formación de un bloque opositor heterogéneo y sin otro proyecto propio que la vuelta al pasado, pero con la fuerza que le confiere la participación decidida de los poderes fácticos junto a las fuerzas políticas de derecha. El poderío de ese bloque opositor se puso claramente en evidencia durante el conflicto que el gobierno de Cristina Fernández sostuvo con los rentistas y empresarios agrarios que resistieron la aplicación de retenciones móviles a la exportación de soja.


En ese contexto, no es un dato menor el hecho de que el sujeto social que apoya y sostiene al gobierno es la masa crítica ideal para encarar las transformaciones de avanzada que necesita nuestra sociedad. Simultáneamente, sin embargo, me genera cierta desconfianza el tradicional Partido Justicialista, la principal herramienta política de que se vale el gobierno. En esa fuerza, en efecto, conviven sectores que proceden de la vieja izquierda nacional y popular, como la propia Cristina Fernández, con otros afectados por claras limitaciones ideológicas, y aun otros francamente reaccionarios y oportunistas políticos, que si bien es cierto que cada vez con menor poder decisorio, tienen aún alguna gravitación en esa estructura partidaria.


Precisamente por eso, la etapa que vivimos sería muy propicia para que el Partido Socialista jugara un rol de apuntalamiento del proyecto popular, levantando el listón de las demandas sociales. Pero no fue ni es así. La conducción nacional del Partido Socialista eligió ser parte de ese conglomerado de facciones opositoras que sólo tienen en común su desprecio por lo popular, y llegó a perseguir, hasta llegar a la expulsión, a los compañeros que habíamos decidido apoyar el proyecto nacional en el gobierno, y que habríamos deseado un debate horizontal en el interior de nuestra fuerza.


Tuvimos así que optar entre dos posibilidades: o resignarnos ante el rumbo que la dirigencia le da al partido, o intentar darnos contención en una herramienta que preserve nuestra identidad socialista y que nos identifique claramente como sostenedores del proyecto nacional y popular que hoy encabeza Cristina Fernández. Es en el marco de esta segunda posibilidad, que debemos inscribir el nacimiento de Unidad Socialista para la Victoria, 
A eso quiero convocarlos. De eso se trata. No de echar a andar otra pequeña organización para disputar el lugar más visible con otras pequeñas organizaciones de izquierda. No de fabricar un nuevo sello partidario, otro más. Sí, de construir, entre todos los que estén dispuestos a trabajar en ello, una fuerte herramienta política para el pueblo trabajador. Una herramienta capaz de empujar un programa de cambios por convicción y no por mero oportunismo electoral, decidida a sostener a todo trance la pluralidad y la diversidad, un espacio en el que circulen libremente las ideas y en el que esté garantizado el debate interno, eso pretende ser, el Socialismo para la Victoria.
Muchas gracias y un abrazo a todos.

Jorge Rivas

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